Quien escribe tiene un uruguayo en el closet.
Lo asumo. Y me gusta hacerlo. Sé que por una de las cosas que amo a Uruguay es
por Eduardo Galeano. En su libro Espejos,
me di cuenta más de eso. De los espejos que nos muestran lo que somos. Nos
devuelve eso que queremos ser, tal vez, pero somos parecidos. Como los
uruguayos y los argentinos.
De todos modos, tengo la fuerte sospecha de que
además, Uruguay en mi vida es Uruguay por las murgas. Ese conjunto de seres de
colores que alegran los carnavales. Y que alegran la vida. Que te hacen ver que
la vida tiene una presentación, alegrías y tristezas y que luego, como todo,
termina.
Vuelvo al libro Espejos de Galeano. Él allí, cuenta como fue la Fundación de la tristeza. De que
Montevideo no era gris, sino que fue agrisada. Allá por 1890 las casas tenían
caras de colores, que al final fue mal visto por lo europeo y por ser bárbaro. “Para ser civilizado, había que ser serio. Para ser serio, había que ser
triste.
Y en 1911 y
1913, las ordenanzas municipales dictaron que debían ser grises las baldosas de
las veredas y se fijaron normas obligatorias para los frentes de las casas,
donde sólo será permitida la pintura que imite materiales de construcción, como
ser arenisca, ladrillo y piedras en general.” “Y
Uruguay sucumbió a la copiandería”, comenta cerca del final…
Uno se queda con la fecha de 1911 y 1913. Para saber que
entremedio se formó Curtidores de Hongos. Pero veamos antes de la opinión que
puedo formar, como se fue dando la noche.
La fiesta
Así,
el sábado no era un sábado más. Se pintaba más celeste de lo común… se pintaba
charrúa. Ya de entrada en la tarde las entrevistas a los protagonistas en Art
Decó, iban anticipando la noche. En la espera el decorador que algunos llevan
adentro, me hizo ser parte de la organización. Los minutos pasaban y la noche
hacía su llegada. Como las personas que llegaban y entre ellos algún que otro
amigo que me preguntaba sobre los artistas. “Escuchalos y después me contas”,
era la respuesta.
Cerca
de las once, cerca del domingo, Ale Balbis subió al escenario. Muchos no lo
conocían, pero si habían cantado temas de él como “El Viejo” de la Vela Puerca,
pero no lo sabían. Entonces la sorpresa fue mayor y mejor. El vozarrón para
hablarle al público, para agradecer por el fernet y sus temas como el mejor
regalo. Gran pez, Quien, El lugar, Boedo,
iban moviendo a los presentes. A los pies, a los cuerpos, a los sentidos, a
los que lo aplaudían y se guiñaban como diciendo “es bueno”, para que el otro
le dijera –sin palabras- “es buenísimo, tremendo”.
Entremedio
sonaban Tu partida, Madrugue, Canción
sin vos, Domingo, Muero en este verano, Fiera enjaulada, Nebulosamente, entre
algunos que uno se olvidño de anotar porque el baile lo llamaba.
El
final con miembros de la murga y el aplauso del público, era el mejor
reconocimiento.
Que 100 años no es nada
Ya de
domingo. Ya día del niño y los Curtidores que suben al escenario. Ellos harán
que volvamos a ser niños, que riamos, que soñemos…
Hoy como ayer
Como en años
anteriores
Vuelve a nacer
Otra murga en
carnaval
Cantan en la presentación, y las ovaciones empiezan.
Chistes por los cien años, el
documental donde deben hablar de ellos, la risa como cómplice, un salpicón
histórico, con críticas a Tabaré Vázquez, el análisis a Uruguay con los excesos
de un país “asi de chiquitito” con No
será mucho. Una reflexión sobre los menores que cosechó aplausos.
Uno se va atrás y baila. Se
deja llevar por la murga. Una mujer lo acompaña en el baile. Justamente ese
baile no es tan solitario y la risa entre dos, es mejor que de a uno. Falta
para que comience el resto de la fiesta y el cuarteto haga bailar hasta a los
murgueros. Pero por el momento uno sigue escuchándolos y disfrutándolos.
El sólo de “Chato” Ambrosio
que pone la piel de gallo y el nudo en la garganta respeta a esos murgueros por
los que brindan. Ellos ahí se relamen de los cien años, de hablar en crisis, en
dictaduras, cuando el pueblo uruguayo y el mundo lo necesitaban. Pintados en
sus caras pero sinceros en sus palabras. Yendo de frente, al público, cosa que
antes, muy antes no se hacía. En los principios de los carnavales las murgas le
daban la espalda al público.
La retirada amaga a terminar
con la noche. Es tan linda y a la vez tan triste. Es esa despedida que como
dice el “Indio” Solari es un dolor dulce, que se evita con las risas del video
por los cien años. Hacen la despedida de la misma manera que el 2008 y el tema La noche. Pero siempre al final esta lo
mejor y más si invitan a murgueros locales para que canten con ellos, un final
que tiene más de 50 años.
La bajada es entre la gente.
Es con la gente. Que se queda bailando, como la mujer de las que les hablé.
Suenan los platillos, suena el bombo, y el redoblante. Hasta que se callan y
hacen que uno amague a entristecer, pero en vez de penar por eso, uno agradece
todo lo que sonaron.
Y el carnaval en Córdoba termina,
en pleno agosto… para que otro vuelva a comenzar.
Acá estoy yo. Argentino y uruguayo de a poco.
Que piensa. Que sabe, que estos locos, allá por 1912 se rebelaron a la
Montevideo agrisada y que fue allí, cuando el carnaval comenzó a tomar forma. Que
son colores, que son alegría, que son movimiento, ritmo, felicidad. Que me
hacen pensar y concluir acerca de mi uruguayismo, más allá de Galeano. Es que…
tengo un uruguayo en el closet, ¿Por qué? Por los Curtidores de Hongos y por
tipos como Ale Balbis.
Juan José Coronell