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Alfredo Casero en Córdoba



         Seamos etéreos

Es un consejo. Pero es lo que queda después de ver a Alfredo Casero. Es lo que uno piensa después de este sábado, que lo tuvo en Ciudad de las Artes. Con una Córdoba que lo recibió como siempre y como no puede ser de otra manera: a pura carcajada.

Seamos etéreos. Seamos Casero. Seamos poco concretos. Porque ahí seremos más profundos. En las risas, en las formas de vivir, en las formas de encarar a un humorista, a un sabio. A un crítico. Así nos podemos poner a la altura de Alfredo.
Perdón si se nota mi admiración para con él en esto. Estoy cometiendo algo así como un pecado de periodista, pero lo quiero hacer. Entonces hago lo que él. Hago lo que se me da la gana, porque creo que es la mejor forma de definirlo.
La noche comienza con su particular forma de pedir que apaguen los celulares, que no filmen, en simples palabras que no jodan. La pantalla trae recuerdos de CHA –CHA-CHA  a los presentes. Y si bien no son esos números que pasan allí, los comerciales tienen esa impronta. Tienen ese humor absurdo y tan característico de Casero. Él sabe vender alpargatas que alpargatan como alpargatas Taba, el alfajor Garrido, el Bicarbonato Zárate. Todo lleva a las dos horas de confusión que anuncia el programa, y que más allá de ser cierto, es necesario.
La clave está en el escenario. Y en el público, tanto que tiene actores entre las butacas que comienzan el show y que ya de arranque logran las risas de los que están presentes. Ellos son entendidos o no, de esto, pero se dejan llevar. Porque como dice Casero: “si nunca entendió mi humor señora, no quiera entenderlo esta noche”.

Él y el telón

Él y el telón debe ser lo único estructurado. Las estructuras están para romperse, pienso mientras me dispongo a tomar nota de lo que sucede. Pero es casi imposible, es confuso. Es etéreo. Es Casero. Entonces trato de guardar en la memoria lo que genera. No sigue una línea, hay de todo. Y el mismo lo dice: “Yo voy abriendo varias ventanas, es como una computadora. Por eso no puedo hacer chistes, porque no me tengo fe en los remates. Además uno va tocando todos los temas… así es la vida ¿no?”. Y se hace eco de eso. Habla de vivencias suyas, cuenta de su infancia, de los testículos de un tío abuelo, de los japoneses, canta –qué bien que canta, y en alemán-. Y cantando empezó el show, con un tema que cuenta como enamorarse por más que la mujer le prende el Koh-i-noor a las ocho de la mañana, y le critica la familia, el gato que le deja pelos… y pide que en el final apaguen las luces pero comienza con otra cosa… “Me fui al carajo” avisa.
Parece olvidadizo, pero no. Lo hace a propósito y la gente sabe que pasa eso. Eso es Todo en Etéreo. Como él mismo lo definió hace tiempo. “Lo etéreo es lo que emana desde una fuente de energía hacia algo que es movido por esa energía. Incluso, en Todo en Etéreo, es la energía que se mueve desde lo que digo hasta el centro del cerebro, pasando por todas las terminales nerviosas que crean un desorden cerebral que produce una convulsión que es la risa”.
Entonces vuelve la publicidad. Y con ella él. Por más que no esté. Y él vuelve a ser lo que es siempre, pero va más allá. Y en ese más allá hace lo que quiere, o lo que se le “canta el pedo”. Improvisa y a veces se nota que tiene preparado algo. No importa, de igual manera los aplausos son fuertes y largos.
Y cuenta como le jode que lo llamen cuando está en Japón, y dice que se le antoja cantar porqué sí. Entonces hace cerrar el telón y cuando abre está el sexteto de tango Astilleros que triunfa en el exterior. Y él va después de cantar Cafetín de Buenos Aires, a sentarse con el público y dirige desde allí. Y pide otro tema porque él lo quiere. Y vuelve. Y va, y sigue. Y canta Balada para un loco “casera” que lo pinta de cuerpo entero. Que lo define tan loco y original. Que lo hace ir a buscar resultados distintos, sin hacer siempre lo mismo. Como dijo Albert Einstein. Otro genio.






Juan José Coronell

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